Modesto Vázquez Feijóo
Nuevohacer
Ésta es su primer primer novela y para hablar sobre ella, lo mejor es remitirse al prólogo que escribió Luis Tedesco. Dice allí:
“¿Qué es ganar? Esta pregunta recorre con saña inquisidora la novela autobiográfica que Modesto “Tito” Vázquez ha decidido escribir para dar cuenta del volumen sensible e inasible –tantas veces gozoso, tantas veces cruel– que el ejercicio de vivir nos impone como deber social en nuestro fugaz paso a través de los lindes fantasmales de la eternidad. La respuesta a esta pregunta puede ser dócil para una subjetividad unidimensional, sólo acuciada por el deseo imperativo de que cada paso sea el boceto triunfal del paso siguiente: en el caso de un jugador de tenis, talentoso, de padres honrados pero humildes, el mandato parecía ineludible: ganar partidos, ganar torneos, ganar dinero, ganar estatus glorioso en la batalla competitiva.
«Modesto Tito Vázquez logra concretar su primer objetivo en la vida: ser tenista, terminar sus estudios de Economía en una universidad de Estados Unidos, convertirse en campeón amateur jugando para esa universidad, entre otros éxitos que lo depositan en el circuito profesional, donde alterna triunfos y derrotas ante jugadores consagrados y otros que, como él, decidieron que el tenis sería el lugar donde hacer valer su fuerza y habilidades como trabajadores del deporte.
«No llegó a ocupar los puestos de elite en el ranking del tenis mundial. Ganó buenos partidos, pero perdió otros que, dada su categoría de jugador creativo, no debía perder. Además, el autor interrumpe abruptamente su novela autobiográfica cuando decide dejar de jugar, cuando su voluntad de ganar en el deporte es final- mente derrotada por el absoluto de otras tentaciones: la literatura, la música, el amor, el desenfreno sexual, el más allá de sí mismo, la quietud alucinada que lo retiene cuando su energía corporal es invadida por las paradojas del pensamiento oriental y el consumo de drogas, proponiendo un escenario de paraísos artificiales sobre la rutina del esfuerzo y la disciplina diaria, constante, implacable hasta el anonadamiento (tal el ejemplo de Guillermo Vilas, que el propio Vázquez, varias veces su compañero de dobles, expone) de los entrenamientos. la voluntad del autor pelotea buscando el tiro ganador, pero en la vida el oponente no tiene figura y el cuadrilátero de juego es ilimitado: por ahí anda dios, o el demonio, acaso también la nada de destino.
«La prosa de Tito Vázquez se lee según el ritmo de sus sensaciones: dramático, gozoso, asfixiante. No hay tregua entre el éxtasis y el dolor, y la escritura sincera del autor sigue con apasionado rigor conceptual estas travesías del aparato psíquico empeñado en aventurarse sobre lo que falta en las desmesuras de lo que aparece y desaparece en la química afectiva donde se cocinan estas sensaciones, Tito Vázquez, si bien no excluye la lucha espiritual (en realidad no cesa de convocarla) la asimila siempre como detonante del cuerpo, y las palabras (cuyo asidero es el cuerpo) son siempre la representación material del tiempo que sucede.
«Apasionante vida la de este joven deportista argentino, narrada por un hombre maduro, intelectualmente activo. Incluso nos deja señales de su vocación por la poesía con textos luminosos que intercala en los momentos introvertidos de su gesta vital. En realidad, y esto es un pedido que hago como lector, Modesto Tito Vázquez nos debe la continuación de su novela autobiográfica: un relato que vaya desde el final de su carrera como tenista hasta nuestros días, cuando en lugar de la raqueta utiliza la escritura para batallar contra la intemperie del mundo, y su cuerpo, nuevamente su cuerpo, un cuerpo que escribe, para dar sentido, el que sea, el palpable y evidente o el ominoso e invisible, al suceder de su vida». Así culmina Tedesco.