Se trata de una artista a la que no le caben los títulos ni las clasificaciones. Es espontánea, sorprendente, curiosa y arriesgada. Tiene un ansia descomunal por perfeccionarse, aprender nuevas técnicas, innovar con nuevos materiales. Es dueña de un espítiru positivo, cargado de humor y optimismo que transmite en sus obras. Le gustan las grandes dimensiones tanto como las obras pequeñas, porque en cada una pone una gran pasión.
Trabaja con la misma facilidad el óleo como el acrílico, la carbonilla o el pastel. Continuamente busca mezclar las superficies lisas con las voluminosas. En su atelier posee todos los elementos y los usa según los sentimientos y las necesidades de cada momento.
Asistió a los talleres de Cristina Martinelli, Pato Cívico, Frank Govin (Madrid, España), Rebeca Mendoza, Max Pedreira y Omar Ortiz (México). En el taller de Cleo realizó seminarios con Chiqui Rivas, otro con Pata Olivetto Turtú para perfeccionarse en ojos y miradas y con Darío Mastrosimone para el manejo de la luz y la figura. También durante este año, hizo un curso de Historia del Arte con Julio Sapollnik. No deja nada librado al azar y continuamente está aprendiendo nuevas técnicas, las vaya a utilizar o no. No le gusta encasillarse. Va de lo figurativo a lo abstracto y también ha incursionado en lo geométrico. Es dúctil y no tiene preconceptos. Deja fluir su espíritu sobre las telas.
“Pinto para mí y el título tiene que ver conmigo, -dice-. Pero cuando vendo una obra, trato de tener una charla con el comprador y le pregunto cómo la llamaría. Es lo que más me importa: saber qué despierta mi obra en la otra persona”.
Así es Graciela Pereyra Anheluk. Un ser luminoso, abierto a todas las sugerencias, que ha encontrado en el arte no sólo una forma de expresarse sino el modo de tener una comunión con el otro.