Claudio Barragán nació en Buenos Aires en 1956 y desde muy chico se dedicó a la pintura, siguiendo los pasos de su padre Julio y su tío Luis, ambos hoy maestros consagrados. En 1975 mereció el Premio “Pío Collivadino” del Salón Nacional. A principios de la década del noventa se inclina hacia la escultura y en 1992 presenta su primera muestra en el Centro Cultural de la Recoleta. Tiempo después descubre con asombro, que lejos de haberse desprendido de un mandato familiar, sus antepasados se dedicaban a la talla y la imaginería en Soria (España) desde el siglo XVII. En el 2003 vuelve a ser distinguido en el Salón Nacional, esta vez en la categoría escultura y en 2008 es galardonado en el Salón Municipal Manuel Belgrano.

Barragán es un escultor singular. Descree de los materiales efímeros y de las instalaciones. Sus obras no surgen del modelado de materias blandas ni del desbastado de aquellas consistentes. Utiliza, en cambio, distintas maderas y crea de adentro hacia afuera, con la técnica de los viejos artesanos, carpinteros de la ribera, que se dedicaban a construir barcos. Luego, legado familiar, da color a sus obras creando un mundo fantástico en el que se erige como señor, por imperio de la belleza. Desde 2009 presentó sus creaciones en Colección Alvear en siete oportunidades. Sus magníficas obras recogieron siempre la admiración de la crítica y el público. El poeta Rafael Squirru le cantó a sus máscaras-arquitecturas: “…para avanzar al futuro hurgaste el pasado totémico, las cabezas de la isla de Pascua…”. Sus caballos que abrevan en el ancestral mito de Ulises y en el del Cid, que confunden la fiesta con la muerte, deslumbraron siempre. Ahora, máscaras y equinos vuelven a escena. Vienen con trebejos del juego milenario que (según se dice) cranearon los persas y difundieron los árabes. Reliquias del pasado que Claudio materializa ahora con un exquisito lenguaje artístico destinado a trascender.
Del 30 de octubre al 28 de noviembre. Lunes a viernes 12 a 19.
Espacio Pinasco (Av. Quintana 125).

