Una muestra de Gustavo Marrone con la curaduría de Roberto Amigo y Nicolás Cuello, la primera muestra antológica de este artista. Esta exhibición recorre la producción del artista desde sus inicios hasta nuestros días en tres actos o episodios durante el año: Ideológicamente inestable;
Como su título lo indica, la dualidad en tanto principio de organización cultural, y el irremediable conflicto que existe entre el yo y los otros, son el objeto privilegiado sobre el cual se interroga este episodio que reúne la producción más temprana del artista, realizada entre principios de la década de los ‘80 en Argentina, y los años ‘90, una vez ya radicado en España. Organizadas como un reflejo distorcionado de sí mismas, las salas de Yo contra mí proponen un encuentro espiralado con la obra de Marrone. Un desplazamiento circular que recorre simultáneamente el conjunto de sus pinturas, centradas en la fuerza expresiva de una figuración grotesca y visceral, donde aquella ambigüedad que el artista reconoce como una amenaza inherente a todo significado social, no solo se vuelve una herramienta desde la cual tensionar las fronteras entre lo personal y lo colectivo, lo público y lo privado, o incluso el amateurismo y la profesionalidad del campo artístico, sino especialmente, entre el comportamiento pulsional del deseo y su corrección moral. Una parte importante de las escenas aquí presentes, nos muestran a un grupo de jóvenes solitarios, semidesnudos, que deambulan a través de los márgenes de barrios periféricos, excitados por el resentimiento mientras hacen de la incómoda diferencia de su sexualidad, un modo de exponer la promesa insatisfecha del retorno democrático. Una serie colorida de obras en las que Marrone se dedica a retratar, no solo la sombra de una época, sino la emergencia de un sujeto político desprestigiado, aquel que permanece no reconciliado, como un cartógrafo de la impotencia, desilusionado y perdido, quien lentamente, mareado por el éxtasis de la experiencia, comienza a verse a sí mismo desmembrado en espacios metafísicos donde flotan inscripciones codificadas que señalan, como un espectro disciplinante, el orden binario que organiza la cultura como un único destino.
La irrupción progresiva de esta clausura, que asfixia la edulcorada idea del espacio interior, coincide con su prolongada estadía fuera de Argentina a partir de 1988. Un punto de inflexión en su biografía que marca el inicio de una investigación regresiva en la obra de Marrone. Un giro de carácter introspectivo que en lugar de significar un deshacer o un retroceso, crea por el contrario las condiciones ideales para la expansión radical de su inquietud existencialista, que ahora actualiza su deseo por problematizar la construcción social del yo, a partir del estado de suspensión que significa la vida prematura del recuerdo intrauterino. Una geografía orgánica donde se desdibuja la inscripción histórica del sujeto, para diluir finalmente su forma entre filamentos, células y fluidos en cuyos enredos y multiplicaciones, la figura inmadura de lo humano, articula una mirada crítica sobre el proceso de conformación de su propia individualidad.
Si bien, tanto dentro como fuera del cuerpo, Marrone trabaja, como hemos mencionado, con la complicada experiencia de la diferencia cultural, el artista propone su innegable carga erótica como una dimensión de la experiencia humana que no puede quedar inscripta en la miseria del principio de identidad. Sino, como contraparte, ofrece una perspectiva del sexo en tanto enunciación extraña desde la cual pronunciar la continua paradoja que forma lo real, concibiéndolo como un singular mecanismo distorsivo que permite desmarcarnos de aquello que forzosamente aceptamos como verdad. La ligereza humorística con la que desfigura la referencia social sobre lo humano, tanto como la peligrosa seducción que escenifica en este gran agujero interior que es el cuerpo, le permite a Marrone desatar desde y en torno al sexo, un tipo de conciencia oposicional que se instituye así misma como burla y como amenaza, gracias a este juego de reflejos rotos, luces y sombras, tire y afloje, que asume desde la fragilidad de su propio yo. Una posición antisocial que no se propone como una renuncia narcisista a lo común, sino, por el contrario, como una pulsión indómita, como una celebración plebeya de todas las diferencias.
Hasta el 30 de noviembre. Puede visitarse de jueves a domingos de 12 a
20.
Entrada, 3.000 pesos. Tarifa reducida de 1.500 para menores de 12 años, jubilados, estudiantes y docentes.
Colección Fortabat (Olga Cossettini 141).