La forma – parece susurrar Fidel Sclavo – se aprende y desaprende, alternada y sucesivamente. Es su pliego de condiciones. Es el cuento de la forma, ilustrado, pero libre de texto. Ofrece, entre otras cosas, un tema: el poder de la forma simple, su honestidad. Sclavo, por caso, recurre a un rectángulo para exponer un negro, para delatarlo. O propone un negro a la vez escoltado y desafiado por blancos y grises. O bien, debajo de uno de los cuadros de mayor superficie oscura, deja presentir algo no borrado sino cubierto, desaprobado por su autor a medias. La mano de un pintor se aprecia en la grata irregularidad de un color. Círculos blancos, deliberada y delicadamente imperfectos, sobre un amarillo que irrumpe (es su función en la paleta). Sclavo no desconoce que, bien llevado, el amarillo lo puede todo. Mientras tanto, el riesgo simula no serlo. (El riesgo tiene a veces el comportamiento de la ironía, y su secreto es el de no poder adivinar la intencionalidad). Esta clase de provocación es la de un estratega impertérrito que monta guardia junto a una paleta de color codiciosamente reducida. Estamos ante pruebas definitivas. Lirismo delineado con gusto. En su sencillez, lo abstracto en Sclavo insinúa no una figura sino un espíritu conductor. Acá lo decorativo -si elegimos un término tan dudoso- aspira a una sobria cualidad metafísica. A trascenderse, precisamente. De allí que se la vea contenida.
Del 18 de abril al 31 de mayo. Puede visitarse de lunes a viernes de 15 a 19.
Jorge Mara – La Ruche (Paraná 1333).